Las montañas del norte de la provincia esconden mágicos pueblos. Su estilo de vida de tiempos ancestrales, y su paisaje se caracterizan por su apacible belleza y el silencio de sus cerros.
El horizonte se torna árido e imponente, y sobre las laderas de los cerros se dibuja la silueta de pequeñas poblaciones de casas de adobes y prolijos cuadrados de cultivos. Se destaca Iruya, suspendido del barranco de una enorme quebrada. Rodeadas de un majestuoso paisaje, sus empinadas calles empedradas parecen detenidas en el tiempo. Su cultura es de raigambre precolombina, que se manifiesta en celebraciones pagano-religiosas como la colorida fiesta patronal en honor a la Virgen del Rosario.